amor por lo vivo

Amor por lo vivo

Siempre que contemplo un cielo estrellado, que subo una montaña y observo desde las alturas o que me dejo flotar dentro del mar…me fundo en una enorme sensación de pequeñez y, al mismo tiempo, de inmensidad al sentirme parte de un mundo que se extiende más allá de lo humano, que no nos pertenece y que nos da lo mejor de la vida: crea momentos que se hacen eternidades.

Nuestra especie (Homo sapiens) evolucionó entre los árboles y la sabana, donde se encuentran los bosques y las praderas. 

La relación entre humanos y árboles siempre ha sido de reciprocidad, nuestros cuerpos aprendieron a obtener los beneficios de inhalar las exhalaciones de los árboles, esa rica mezcla de oxígeno (O2), aire fresco y elementos volátiles tan favorables para nuestros organismos y necesarios para la vida. Y nosotros, le ofrecemos a los árboles el dióxido de carbono (CO2) que exhalamos, el cual, fijan en sus tejidos en forma de azúcares y lo convierten en O2 que liberan a la atmósfera durante la fotosíntesis.

“Los seres humanos somos como somos, porque un día fuimos bosque”.

Joaquín Araujo
Foto: Pinterest

Y antes de los bosques… miles de años atrás, fuimos agua. El origen evolutivo de toda forma de vida terrestre empezó en el mar, cuando el plancton oceánico produjo (y lo sigue haciendo) más de la mitad del oxígeno del planeta.

Además, el agua cubre el 70 % de toda la superficie terrestre, nuestros cuerpos están formados por el 70-60% de agua y pasamos los 9 meses de embarazo en un ambiente líquido materno (la placenta).

Está claro que tenemos una relación innata con el agua y con los bosques que, biológicamente, nuestros sentidos fisiológicos no pueden olvidar. Estamos unidos a la Naturaleza de forma física, cognitiva y emocional, aunque sea un detalle que hayamos dejado pasar debido a nuestros nuevos hábitos de vida que nos privan, cada vez más, del contacto directo con la Naturaleza.

De esto habla el concepto denominado ‘Biofilia’. Derivado del griego y que significa amor por la vida y el mundo vivo. Popularizado por el biólogo E. O. Wilson en 1984, nos habla de que al haber evolucionado en la Naturaleza, tenemos una necesidad biológica de conectar con ella. Amamos la Naturaleza porque hemos aprendido a amar las cosas que nos han ayudado a sobrevivir. Nos sentimos cómodos en la Naturaleza porque es donde hemos vivido la mayor parte de nuestra vida en la Tierra. Estamos condicionados genéticamente para que nos guste el mundo natural. Está en nuestro ADN y, además, esta afinidad por el mundo natural es fundamental para nuestra salud. El contacto con la Naturaleza es tan vital para nuestro bienestar como hacer ejercicio físico o una dieta. 

Pero, ¿cómo es nuestra relación con la Naturaleza? 

En nuestra cultura, contemplamos la Naturaleza como si existiera separada de nosotros, y se convierte así, en una colección de objetos que explotar exclusivamente para nuestros fines, como si la Tierra y sus innumerables especies no tuvieran por sí solas el derecho a la existencia.

Una visión egocéntrica, me da una perspectiva de lo que el entorno natural puede hacer por mí personalmente. Puede abastecerme de comida para mi cena, de agua limpia con la que ducharme o de un lugar en el que darme un baño o pasear.

Y una orientación antropocéntrica, se centra en cómo la Naturaleza sirve las necesidades y deseos de los humanos para sacar beneficios físicos y materiales. Poniendo al ser humano en una postura superior como dueño legítimo, teniendo la Naturaleza un valor meramente para su explotación y cubrir sus propósitos.

Por el contrario, una perspectiva biocéntrica, mira al ser humano como parte de la Naturaleza y no, como parte separada de ella. Interaccionamos con ella como un compañero por igual, entendiendo que tenemos una necesidades pero reconociendo, al mismo tiempo, que participamos en un baile de inter-dependencia con nuestro planeta y sus habitantes y que cuidar de ellos, es también, cuidar de nosotros mismos. 

Aunque nos hayamos desconectado de esta postura rápidamente, no hace mucho tiempo que estaba integrada en la cultura de nuestros pueblos antepasados, los cuales, contaban con una cosmovisión integradora en la que las personas, el colectivo, el territorio (entorno) y la Naturaleza estaban en equilibrio, todo formando parte de un todo, una unidad. ‘Siendo un nosotros’ y basaban su forma de vivir y pensar, su cultura, su economía y su salud física, emocional y espiritual en relación con la propia salud y biodiversidad de la Naturaleza.

A día de hoy, aún quedan restos de este concepto en las historias que nos dejan las mitologías vinculadas a algún entorno rural o comarca o en los estilos de vida de los últimos pueblos indígenas que quedan en el planeta.

¿Qué puede llevarnos desde una egocéntrica/ antropocéntrica visión a una biocéntrica?

Pues solamente puede hacerlo aquello que crea y mueve toda relación: 

EL AMOR

El amor es lo que hará que pasemos a una relación más íntima y profunda con el mundo natural para dejar de ignorarlo, negarlo o dar por sentado. Nos hará quitarnos la venda y la visión que tenemos del planeta Tierra y del lugar que ocupamos en él, siendo capaces de establecer relaciones auténticamente importantes y favorables.

‘Protegemos aquello que amamos’.

Jacques-Yves Cousteu

Los baños de bosque hacen que vuelvas a enamorarte de los bosques, de los árboles, de los insectos, de la materia seca, del cielo, del mar y sus especies singulares, de las rocas, de todo aquello vivo y que es aparentemente invisible a nuestros ojos…

En definitiva, ver la Naturaleza como nunca antes, ya que no es una emoción engendrada a base de datos. Si no de volver a parar, a escuchar y a recibir el gran abanico de ofrendas sensoriales que nos ofrece el espacio natural. 

Así aumentamos la interconexión, la profunda relación que nos conmueve, enamora y hace que nos genere un instinto protector por la Naturaleza y convivamos desde la abundancia, unidad, resiliencia, restauración, compasión y reciprocidad con y hacia ella.

“El verde de los árboles es parte del rojo de mi sangre”.

Fernando Pessoa
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